martes, 23 de noviembre de 2010

Columna Lítica s02e02: Aliens, exopolítica, y grilla universitaria

I: Buenos días

Cuentan que por allá a mediados del siglo XIX, Joseph Johan Littrow, director del Observatorio de Viena, propuso la idea de excavar canales gigantes con diseños geométricos en las arenas del Sahara, rellenarlos con agua, luego con queroseno, y prenderles fuego. De esa manera, decía, se podría comunicar a las civilizaciones extraterrestres la existencia de vida inteligente en la Tierra. En ese entonces, no pocos creían que la Luna podría estar habitada, y el asunto de la vida en Marte era una conjetura ampliamente difundida. Ya unos años antes, el barón Franz von Gruithuisen aseguraba haber identificado una ciudad en la Luna con su telescopio, e incluso especulaba que la nubosidad venusina (que hoy sabemos que es ácido sulfúrico) se debía a festivales dedicados al fuego celebrados por los nativos. En diciembre de 1900, madame Clara Gouget Guzmán, adinerada aristócrata francesa, anunció un premio de cien mil francos a “la persona de cualesquiera nación que en los siguientes diez años encuentre los medios de comunicarse con una estrella y recibir una respuesta”. Se hablaba de estrellas, no de planetas: Marte, se daba por sentado, era un planeta habitado, por lo que la comunicación con los marcianos sería demasiado fácil, no digna del galardón. Las palabras misteriosas de hoy son: un güiro televisor.

II: Calling all aliens

El tema de la comunicación con otros planetas ha estado presente en la comunidad científica y entre el pópulo desde mucho antes de que la exploración espacial nos permitiera salir del nuestro. Ha sido inspiración para una buena cantidad de novelas y películas, y por ello en general lo consideramos como un asunto más perteneciente al reino de la ficción. Sin embargo, hay quienes han planteado cuestiones interesantes sobre lo que sería la reacción de la especie humana ante una eventual comunicación de este tipo, y sugieren que, al final del día, no estamos preparados como especie para un evento de este tipo: lo consideramos tan irreal, que si un día llegara a pasar nuestra reacción en tanto civilización humana podría no ser muy buena.

Esta falta de previsión ante un posible escenario de contacto alien ha sido tema de novelas (luego vueltas películas) como Sphere, de Michael Crichton, y Contact, de Carl Sagan. En la primera, un grupo de expertos es reunido para investigar un artefacto sumergido en el pacífico que, se presume, es una nave extraterrestre hundida ahí hace tres siglos. El grupo está compuesto por un astrofísico, una bióloga, un matemático (por aquello del lenguaje universal) y un psicólogo experto en trauma. Al equipo de técnicos se añade un militar de los Estados Unidos, faltaba más. La cosa termina en desastre, porque los personajes, por muy expertos que son en sus campos, no saben conducirse ante la perspectiva de un encuentro que de manera tan dramática puede cambiar los paradigmas de la humanidad, y no están preparados para lidiar con una inteligencia alien.

En la novela de Carl Sagan, una investigadora del SETI (programa de búsqueda de inteligencia extraterrestre) logra captar una señal emitida desde una estrella lejana: una secuencia de los primeros 261 números primos, que parece comprobar la existencia de inteligencia en el espacio exterior. El mensaje resulta contener también los planos para una máquina de transportación interestelar, misma que es construida y que prueba (al menos para sus ocupantes) que este tipo de viaje es posible. La cuestión es que al volver a la Tierra se encuentran con que acá solo han pasado unos minutos (segundos, en la peli, donde hay solo una astronauta) y no se registran grabaciones que prueben que el viaje se ha realizado. En última instancia, el planeta le da la espalda a los viajeros porque no se pueden producir evidencias de que el viaje sucedió.

III: Los locos somos otro cosmos, dijo aquél

El canadiense Alfred L. Webre, doctor en derecho, cofundador del Instituto para la Cooperación en el Espacio, pacifista reconocido, asesor de gobiernos y generador de iniciativas preventivas del uso del espacio exterior para fines bélicos, fue invitado a Colima hace algunas semanas (meses?) por el Sindicato de Único de Trabajadores de la Universidad de Colima, y la Coordinación de Investigación científica, en ese entonces dirigida por el doctor Jesús Muñiz, universitario de larga y acreditada carrera, también coordinador estatal de Ciencia y Tecnología, hombre rectoreable, dicen los entendidos. La invitación de un doctor a otro se dio con la finalidad de que el primero ofreciera una conferencia sobre Expololítica, tema en el que es experto, y que tiene qué ver con los mapas de operación de la política, la ley y los gobiernos desde una perspectiva intergaláctica.

Es de suponerse que siendo Muñiz un hombre de ciencia, y entendiendo a la universidad como un espacio para las ideas, le pareció que traer a Webre era correcto. Además, el bottom line del discurso del doctor Webre, más allá de lo que algunos podamos considerar extravagante, inverosímil o pseudocientífico, se centra en lo imperativo de que en la especie humana prive la cooperación, la paz y la concordia para lograr avanzar como civilización. Encima, no parece desdeñable la perspectiva de escuchar una opinión sobre cómo pueden ser las eventuales relaciones con otras inteligencias, just in case. Ya nos advirtieron Crichton y Sagan, no vaiga a ser.

La cuestión es que Alfred Webre (que dio su conferencia la semana pasada) también habla de cosas que a los que tenemos algo de respeto por el método científico nos producen incomodidad, por decir así. Aceptar ideas como los portales dimensionales, el traslado interplanetario como cosa cotidiana, los viajes en el tiempo, y los complots internacionales, no es cosa fácil. Lo menos que uno hace en esos casos es quedarse calladito por respeto a las creencias ajenas, decir “no, pos ahí tú” y aprovechar lo que uno considere útil de lo que ofrece el conferencista. A fin de cuentas quienes fueron a su charla lo único que recibieron fue más información y el ofrecimiento de una perspectiva más amplia para considerar al universo; ya cada quién decidió qué tanto o qué nada le sirve de la info.

III: Échele polaca, compadre

Sin embargo, el asunto pronto escaló a pretexto para andanada política. Apoyados por la amarillista cobertura de algunos medios en Colima que decidieron reportar solamente la parte escandalosa de la conferencia, y hacer escarnio del organizador, un grupo de profesores liderados por el investigador Alfredo Arana (a quien las credenciales y méritos académicos no le impiden un florido lenguaje en foros públicos) se lanzó al ataque ya no del conferencista y sus ideas (porque no estuvieron en la conferencia ni él ni el nuevo coordinador de Investigación Científica de la UdeC) sino del organizador del evento, echando mano de la ridiculización y la descalificación de modo tal, que a lueguito se adivinan los intereses políticos más allá de la crítica por haber traído a un conferencista de ideas discutibles. Ya no se trata de los extraterrestres, se trata de ponerle una zancadilla pública a un rectoreable.

El periódico Ecos de la Costa jugó su parte en el merequetengue al reportear solo lo escandaloso de la charla, y después publicar una fotografía truqueada del doctor Jesús Muñiz en la que se le pinta como alien. Luego, el director se “disculpó” en una columna, aduciendo que “la retomamos nosotros por un error de formación” (lo cual levanta preguntas sobre la organización interna del diario), sin quitar el hecho de que el golpe ya se había dado.

Como resultado, la bola sigue rodando: ya empezaron las aclaraciones por parte de quienes invitaron a Alfred Webre a Colima, y del mismo modo que algunos han tratado de poner al doctor Muñiz bajo una tela de ridículo, el doctor Arana se ha lucido solito bajo su propia luz al encabezar la artillería de lodo, mostrando su nivel de discurso. En conclusión, nadie ha quedado bien: ni el conferencista, ni el organizador, ni los que quisieron aprovechar para atacarlo, ni el periódico. Lo que es peor, el mensaje profundo de Webre, el que tiene que ver con la solidaridad humana, la cooperación internacional, la paz entre las naciones, y la necesidad de progresar juntos, es lo que menos se ha ventilado hacia el público. Ahí llévensela, compas.

A pesar de los pesares, una interpretación optimista de todo esto puede ser que, aunque todos los personajes salieron raspados, lo rescatable es que en última instancia la Universidad se haya mostrado como un foro abierto a las ideas, por muy radicales que éstas sean. Quedémonos, al menos, con eso positivo.

En la red está la primera temporada de esta columna: www.ernestocortes.com. La segunda la pueden seguir por Facebook bajo el nombre de Columna Lítica. Ahistamos cada fin de semana, por lo pronto. En Twitter: @ernestocortes. Los leo: Ernesto@CuerdaCueroyCanto.com.